Hace muchos años, cuando faltaba medio siglo para la fundación del Fuerte de San Rafael, un viejito que vivía solo en una pequeña casita cercana al escarpado camino que conduce a los Pozos de las Animas, extravióse poco antes de llegar al valle, cuyas hierbas y abundantes vegetales producían los frescos alimentos que consumía desde la infancia.
¿Cómo pudo desorientarse siguiendo la misma ruta que conocía casi desde toda su vida?
Terrible era la tempestad que comenzó de pronto; el sol se ocultó y el cielo se cubrió de oscuras nubes.
El caso fue que no pudo dar con ninguno de los huecos que solían servir de refugio. Se tendió en el suelo, aferrándose al numeroso ramaje, y poco después sintió el contacto de alguien que se echaba a su lado. Sorprendido, ante aquella inesperada circunstancia, volvió la cabeza, viendo a su lado un hermoso perro negro de mirada inteligente y vivaz. Instintivamente, lo acarició en la frente, al tiempo que la tormenta comenzaba a amainar, y tras levantarse, el animal -festivamente- saltó sobre él, y lo guió por una senda desconocida, donde encontró víveres y leña.
Pasado el temporal, y luego de una hora de marcha acompañado por su fiel amigo, regresó a su puesto, y durante siete días, provisto de un bolso que llevaba entre los dientes, el animal desaparecía y regresaba luego con el bolso, cargado ahora de alimentos.
Tan desconcertado como feliz, se entregó el viejo a la reflexión: «¿Porqué hace mi leal amigo todo esto?» Y luego, pensativo, empezó a imaginar: «¿No me proveerá de lo que necesito para la subsistencia, pensando en que los víveres podrán alcanzarme hasta que deje yo este mundo?» Y prosiguió: «Nací en el cordillerano Sur de Mendoza, hace 110 años… ¿Y si me abandona, que hago ahora sin él? ¿No será este el anuncio de su pronta despedida?»
Y ello ocurrió, pues cumplida una semana de permanencia, una noche el perro misteriosamente desapareció.
Abrumado por la congoja quedó el anciano, que llegó a inundar de alegría su corazón. Largamente transcurrió un año en soledad. De pronto, una luminosa mañana, una serie de ladridos de tonos diversos que se escuchaban cada vez mas cercanos provocaron un vuelco en su corazón. Se trataba de un hermoso perro negro, junto a una compañera del mismo color y siete cachorros todos de pelo como azabache; en son de fiesta llegaron hasta él y saltaron alegres y juguetones en derredor.
Y dice la leyenda que durante largo tiempo se ensanchó la humilde vivienda, y pasado mucho tiempo un espantoso terremoto cambió hasta la geografía del Sur de Mendoza; y el viejo, y todos los perros, yacen hoy sepultados muchos metros bajo tierra.
* Publicado en el suplemento «Historia, Personajes y Leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.