Calilué y Naucapanqui, poderosos caciques vecinos, quieren adueñarse de las mismas tierras. Sus tribus guerrean, y vence el primero.
Más tarde convienen un cambio: Naucapanqui se posesiona de esas tierras con todos sus bienes, y cede en cambio a su hija Elcha, una jovencita hermosa a Calilué, que éste adora.
Realizado el pacto, la cordialidad comienza entre ambos bandos. Calilué amaba entrañablemente a su esposa, pero al celarla, Elcha vivía siempre vigilada.
Calilué tenía un gran amigo, el cacique Rupayán, quién al morir le encargó el cuidado de su apuesto hijo Cantipán, joven y valiente guerrero, pero los jóvenes desde el principio se enamoraron perdidamente, a pesar de la fidelidad que debían a sus progenitores; pudo más el amor.
Cantipán, un araucano de honor, cuya nobleza es evidente, desea terminar con tal estado de cosas y se aleja de la tribu hacia un lejano campamento, pero Elcha le manifiesta que es imposible para ella vivir sin él. Le hace saber que su padre es un viejo celoso y que lo respeta sólo porque es su progenitor.
Entonces, cuando Cantipán libra una nueva lucha con su propia conciencia, y a pesar de lo que ello significa, acepta la propuesta de Elcha, y convienen un determiando día, donde por la noche se efectuará el rapto.
De inmediato, presa de furia y aflicción, despacha emisiones en busca de su esposa, pero nada se logra, y hasta Cantipán ha desaparecido de sus tolderías, siendo en esas circunstancias cuando interviene una bruja alada del diablo, la cual será la encargada de traerlos «embrujados».
Halaga a la pareja de amantes, y la bruja le obsequia a Elcha un hermoso ramo de flores que ella coloca en su pecho. De inmediato, presa de gran alegría se acerca a la cercana «Laguna de las siete apuestas» y se contempla en sus aguas cristalinas, pero apenas lo hace, queda petrificada. Cantipán, al verla inmóvil, sin alcanzar a saber lo que ocurre, quiere besarla, pero la frialdad de su rostro le causa espanto y desesperación. Se arroja desesperado a la Laguna, mientras la bruja hace lo mismo, aparentemente arrepentida, y los dos quedan en el fondo para siempre.
Agrega la leyenda que las almas enamoradas de Elcha y Cantipán andan penando en la profundidad de las aguas, buscando el ramo de flores, donde tanto los lirios como las rosas suelen asomar de cuando en cuando para desaparecer de inmediato. En tanto, el fantasma de la bruja ronda constantemente sobre la superficie de las quietas y transparentes aguas de la laguna, sin molestar a la pareja de enamorados que, de la mano se deslizan suavemente rodeados de diminutos pececitos que parecieran escoltarlos.
* Extraído del suplemento «Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.