El próximo miércoles 17 de septiembre comenzará el juicio por la muerte de Fabio Basualdo, el joven de 17 años que en febrero de 2010 murió en manos de un policía, mientras lo perseguía tras ocasionar disturbios en un cumpleaños de Pueblo Diamante, resistirse a la autoridad, darse a la fuga y -presuntamente- estar armado y dispararle al afectivo en la persecución.
Será juzgado el agente Nelson Gonzalez, quien efectuó el disparo, realizado en confusas circunstancias, que diera muerte a Basualdo.
Vale decir que el adolescente había visitado varias veces las comisarías, porque se dedicaba al malvivir, teniendo como vicio los estupefacientes.
Los familiares del occiso, juntamente con un conjunto de agrupaciones que los apoyan, pretenden una condena ejemplar contra Martinez, pues califican el caso de «gatillo fácil».
Tal es así que realizaron pegatinas en distintos sectores de la Ciudad con la leyenda «Negro Fusilado». Es más, el próximo lunes la mamá de la víctima dará una conferencia de prensa en la Biblioteca Mariano Moreno.
A continuación, el comunicado escrito por la familia Basualdo y las organizaciones que los acompañan en el reclamo de justicia:
LA VERSIÓN DE LA FAMILIA DEL OCCISO
En la madrugada del día 7 de febrero de 2010 Fabio Fernando Basualdo concurrió, junto a su amigo Diego Sebastián Martínez, a un cumpleaños, en una casa de calle Centro América 885 de la ciudad de San Rafael.
Por esas idas y venidas de la noche, las cosas se pusieron un poco tensas, lo que motivó que alguien decidiera llamar a la policía.
Claro que Diego, el amigo de Fabio, llevaba un arma de fuego y amenazaba a los presentes quienes, al parecer, no querían el ingreso de ambos a la fiesta.
Al arribo de los uniformados los hechos se sucedieron muy rápidamente y, como ya nos tienen acostumbrados las crónicas policiales, el conocimiento retrospectivo nos llega de la versión oficial, que marca los tiempos, dispone la prueba y en fin, hace y deshace, sometiendo la convicción judicial a sus intereses y en definitiva, construyendo el sentido y significado de la realidad.
Los hechos, en lo verdaderamente trascendente, son de todas formas inconmovibles: los funcionarios emprendieron una persecución; al llegar a la esquina de calles Tacuarí y Coronel Campos los pibes, que iban a bordo de una motocicleta, cayeron al suelo, momento en que Martínez emprendió la carrera por la calle Coronel Campos costado sur, luego calle Reconquista al sur y luego Beltrán, en tanto que Basualdo escapó corriendo por calle Coronel Campos hacia Reconquista y dobló por la vereda este de la misma en dirección al norte. Diego y Fabio tomaron caminos distintos. Y el destino de ambos fue muy dispar también:
Diego fue aprehendido por el cabo de policía Lucero. El arma que portaba, un revólver calibre 38°, se halló en una verdulería cercana. Fabio fue interceptado por el funcionario Nelson González quien le disparó con su arma reglamentaria en la región parietal izquierda de su cabeza.
Su cuerpo ya sin vida se encontraba al lado de la acequia y, muy cerca de él, dentro de la acequia, un revólver calibre 22 -recientemente disparado según las pericias- era una referencia más que obvia para explicar el cuadro.
La elocuencia visual era mayor por la ausencia de otros elementos del delito. Llamativamente, no había vainas servidas del disparo efectuado por el policía sobre el adolescente. Ni tampoco de aquellos disparos “de intimidación” que después reconoció haber efectuado.
El escenario perfecto, claro, preparado para las autoridades judiciales antes del arribo del instructor, a quien la policía decidió dar intervención un considerable tiempo después del hecho.
Varios testigos declararon inicialmente y sin ambages que el 22 cortito fue “plantado” por policías. El juez no les creyó. Los mandó a cumplir una pericia psicológica. Intervino una psicóloga de la policía. Muy conveniente, el único secuestro de la escena del crimen era aquel que permitía la coartada del funcionario. Porque el juez de instrucción sí creyó el relato del policía imputado, y resolvió la causa según ésos lineamientos. La policía. La institución que debe cuidarnos. La que debe actuar con apego a la ley y a los principios del estado de derecho. La que actúa ciegamente sometida a las directivas de jueces y fiscales. Sí. Aquí, como en las innumerables violaciones a los derechos humanos perpetrados por las policías a lo largo y ancho del país, tuvo a su cargo también el esclarecimiento del hecho. Policías investigando policías. El único “episodio confuso” es que la investigación la haga la policía. Como en el caso Bordón, donde una pericia policial se animó a decir que Sebastián “se había caído”. Códigos corporativos. Cofradía. Las frecuencias policiales se “silenciaron” suspicazmente: “alfa 11”, “charlis”, “qrt”, “qth”, “chimbas”; después nada, por un tiempo. Y González fue llevado al lugar de su detención en un móvil por sus colegas; y allí era custodiado por más colegas. Y el escenario del hecho fue alterado. Y el arma homicida fue secuestrada por otros colegas, y peritada por otros, que tuvieron hasta la delicadeza de limpiarla antes de ponerla a disposición del juez. Y Lucero tuvo tiempo de ir hasta su casa de Cuadro Benegas, “a dar un recado a su esposa”, que al parecer no podía comunicar por teléfono.
El juez primero dijo “homicidio culposo” de González (es decir, matar sin querer matar) y “encubrimiento agravado” de su cómplice Fernando Jesús Lucero Taboada.
Después, tan sólo “homicidio con exceso en el cumplimiento del deber” (es decir, matar, encontrándose autorizado a matar, aunque no de tal modo). Y desvinculó de la causa a Lucero.
Es decir que el desenlace final de la instrucción es la perfecta versión policial de los hechos. El proceso se elevó a juicio respetando en cada detalle el relato de Nelson González vertido al momento de prestar declaración indagatoria.
Es un muy dudoso y absoluto respeto del derecho de defensa. La muerte de Fabio se produjo después de un forcejeo, cuando este movió la cabeza hacia atrás. Subyace en el razonamiento del instructor, la responsabilidad de la víctima, un pibe pobre de mala vida, que se enfrentó armado a un policía, y al momento de su interceptación, movió la cabeza hacia atrás, ocasionando de cierta forma su propia muerte. Pero no llamó la atención de la frecuencia radial silenciada, de los cartuchos removidos, del arma inmaculadamente limpia, del ocurrente viaje a la casa de Lucero, del arma plantada, pero, eso sí, tuvo tiempo de procesar a Diego Martínez por “tenencia de arma de guerra”, “desobediencia a la autoridad” y “amenazas agravadas por el uso de arma de fuego” en “concurso real”. Es decir, para el juez, el delito más grave, aquí, por lejos y a juzgar por las penas en expectativas que los delitos prevén, lo cometió Diego Martínez. Sin olvidarnos de la imputación que pesaba sobre el propio Fabio, descartada lógicamente por el desenlace fatal. Esa imputación de tenencia de arma de fuego que el juez atribuyó a Fabio Basualdo es la que permite justificar su muerte. Jurídicamente –por cuanto el exceso en el cumplimiento del deber es un homicidio justificado- y, lo más triste, socialmente.
Un medio local tituló “uno menos”. Entonces, Fabio, está bien muerto. Y la sociedad de San Rafael, tan solo se movilizó para pedirle al juez, a los gritos, la libertad del policía -quien sólo estuvo privado de su libertad unos días-, pues un policía encerrado es un soldado menos para la guerra. Como en el caso Bordón, de nuevo. Pero ahora, que comienza el juicio, pretendemos hacer oír otra voz. La que, desgarrada, dice no más pibes muertos por la policía en “confusos episodios” que sólo tienen de confuso su investigación deficiente. La que explica que el miedo que día a día inculcan los medios de masas no tiene otro objeto que construir un sentido, el de la mano dura, el de tolerancia cero, el de la muerte, que muy a gusto compran las clases acomodadas. La que relata que nuestra sociedad será más segura sólo cuando las distancias sociales sean menores, y que las agencias del estado prestan un servicio que debe someterse a las leyes, y que no hay nada más inseguro que un poder de policía desbordado. La que dice ¡basta de impunidad policial! Vamos por otra historia.