España, la remota y legendaria Celtiberia era la cuna de aquel poeta que fundió su lejana campiña de ultramar con el San Rafael que tanto amó.
Franco, directo, honrado de alma, congenió apenas llegó a ésta población, con Alfredo Bufano, su maestro y amigo. Puro, natural, auténtico, vaya uno a saber hasta donde pudo haber llegado de no llevarlo la muerte.
Honda tristeza provocó el vuelo a la eternidad de aquel hombre que embelleció la vida con la armonía de sus estrofas que trajeron brisas campesinas de su tierra, que aquí unió con las del sur mendocino.
Hemos dicho que no es cosa sencilla referir la vida de los poetas. La de Solano no fue larga, pero si alcanzó para enternecer al pueblo sanrafaelino con la hermandad fraternal que hizo del suelo que lo vió nacer, con su «patria chica de adopción».
Comparaba el verano de su tierra, cuando tras el invierno helado la campiña florecía alegre y colorida, con el circundante panorama que a menudo gozaba con Bufano. «Mira, Alfredo» -le decía- en el valle de Ordesa, cerca de mi aldea en Huesca, hay lugares cuyos paisajes te diría que son un calco de los de aquí. Mira, mira -repetía entusiasmado- ¿Qué me dices tú de esta «Avenida de los Sauces» que durante el otoño parece un túnel rebosante de troncos grises y hojas cobrizas? ¿Y esta calle flanqueada por álamos que se pierden en el infinito? ¿No son inspiradores estos prados de verdísima alfalfa donde pastan los animales? O los plátanos que bajo el sol refulgen lanzando chispas blancas como la nieve. Pero -añadía- ¡que te vengo yo a decir estas cosas, que tu, mi gran maestro, lo describas como «Los ángeles»! Es que ¿sabes? -finalizaba- es verdad no puedo yo contenerme. Esta campiña de San Rafael, tiene panoramas que como hermanos gemelos me recuerdan a los existentes en los Bajos Pirineos!
Bufano, con sus ojos verdes transmisores de lontananzas remotas, sonreía al escucharlo.
¿Qué habrá ocurrido dentro del soñador mundo del poeta para que repentinamente dejara de escribir? Su «Angelus y alondras», tiernas remembranzas de su adolescencia, y «Los Caramillos» revelan dulcemente su propio yo (Publicado en el suplemento «Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL).
Sería imposible explicar la causa de su silencio. En tren de imaginar, ¿No habrá sido algún desengaño -inalcanzable para uno- el motivo de su obstinación?
Quizá sirva lo dicho para juzgar a un poeta que a los bosques, los trigales, los pastores y las aldeas y paisajes, pareció unirlos en cordial abrazo con este tan amoroso grato y afable rincón del sur mendocino.