Históricas: ¿Cuáles fueron los primeros comercios de San Rafael?*

Aunque tenemos una idea más o menos formada de cómo era San Rafael cuando llegó Rodolfo Iselín, poco o nada se ha destacado de un período desarrollista que en buena forma recuerda al que tuvo lugar durante el comienzo colonizador del lejano oeste californiano.
Tres o cuatro ranchos había por el camino (llamémosle así) entre Las Paredes y Cuadro Nacional, un derrotero a menudo cubierto por la polvareda que levantaban los caballos y por largo tiempo quedaba suspendida eclipsando la luz solar.
De pronto, algo tan extraordinario como inusitado ocurrió en 1887, dos años largos después del arribo de don Rodolfo, en que una suerte de fiebre comercializadora se puso en marcha.
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El reducido «centro ciudadano», que dentro de la gran zona se había trazado, no alcanzaba para darle cabida a la gente que desde lugares diversos llegaba atraída por una Colonia prometedora, ya habitada por lugareños de todos lados y gran número de inmigrantes llegados del otro lado del mar; y fue así como un par de años mas tarde de transformarse el desierto terreno en incipiente poblado, los hermanos Yunes instalaron en una suerte de angosto zaguán de adobes, una botonería que semejaba un empapelado de vivos colores adherido a las paredes del negocio.
Eran simpáticos los «turcos», tanto como el bonachón Pedro Palacios, que levantó una tiendita de géneros que atendía su mujer, muy hábil para las ventas, y que solía intercambiar productos con la flamante botinería de Roberto Luna, un hombre joven de gran personalidad cuya visión y capacidad lo llevaron a fundar años mas tarde nada menos que la Cámara de Comercio del pueblo.
Por entonces, el franco-catalán Arbet inauguró con un almuerzo gratis una casa de comidas a la que asistió buena parte de la población. Entre los asistentes se contaban Iselín, Balloffet, don Arturo Blanco, y los titulares de dos hoteles a punto de fundarse: uno pertenecía a la Colectividad Francesa que regenteaba el marsellés Luis Alais Aldebraum, y el restante llamado «Hotel Club» a los activos hermanos Galeotta.
En el convite, los comensales saborearon un producto nuevo: se trataba de una masa de harina y agua, fermentada y cocida en horno, que elaboraba la recién instalada panadería de los Guyot, familia de lectores en cuya vivienda había una colección de libros de escritores universales.
Realmente notable era el desarrollo de San Rafael, donde de una semana a otra se instalaban negocios diversos. Perdurables son los almacenes de ramos generales de Juan Bautista Cornú, Ignacio Sueta, Marín, Ayub, y la casa «La Victoria» de los hermanos Barrutti.
Crecía la población, y su constante aumento estimuló a un vecino con singular aptitud para confeccionar prendar de vestir, y ello determinó que Ricardo Bassoti abriera una sastrería, casi al tiempo que Andrés Fajardo hiciera lo propio, inaugurando una Ferretería con anexo de venta de zapatos.
Finalizaba el siglo, y la «Colonia Francesa» era mencionada por muchos como la «Capital del sur», nombre que los vecinos Gerónimo Bassabé y José Ramasco, deseaban imponer a los corralones que establecieron, finalmente cambiado por el apellido de cada uno de ellos.
Visible era el progreso. Se veía gente fumando aquellos largos cigarros «populares» del recién habilitado negocio de tabacos pertenecientes a don Carlos Jensen, ubicado a la vera del «taller de lavado y planchado» de la señora Rosa de González, cuyo marido era el propietario de uno de los nuevos locales de comestibles y bebestibles que surgían algo alejados «del centro».
Gran sorpresa produjo un día juzgar el entusiasmo del bondadoso Angel Diez Martín, que en la puerta de su recién fundada imprenta en el carril donoso, contigua al Hotel Rex, ofrecía a los vecinos que por allí pasaban ejemplares del diario que acababa de editar titulado «Ecos de San Rafael». Poca suerte tuvo el director del primer periódico local. La población no le respondió, y sus páginas, al igual que posteriores publicaciones, pasaron al olvido.
A toda marcha continuó el progreso, cuando ya el doctor Schestakow atendía en su «consultorio», una habitación del hotel Unión, y el farmacéutico Justo Brandau, dueño de la «Farmacia del Pueblo», tenía que observar con una lupa las prácticamente ilegibles recetas del abnegado médico ruso, a quien admiraba la partera Felisa Pollo de Rodriguez, a cuyo cargo estaban casi todos los partos sanrafaelinos.
Cierta vez, entrado ya el presente siglo, atendió un caso urgente en la casa de pensión «El Diamante» que tiempo atrás había establecido el súbdito italiano y gran vecino, don Eugenio Caprioglio.
En otras páginas damos cuenta de la llegada del primer óptico, quien entonces anunció el arribo de un oculista cuya fecha no está realmente determinada, pues figura como ocurrida en la década de 1920, pero se afirma que fue muchos años antes. Se trata del doctor Carlos Birle, muy amigo de don Carlos Troy, propietario del acreditado bazar y menaje, cuyo edificio sigue en pie actualmente en la actual avenida Hipólito Yrigoyen.
Con la inolvidable jornada de la llegada del tren, en 1903, el incremento industrial-comercial y agrícola, se intensificó notablemente, y como señalamos al comienzo, contadas fueron las poblaciones que en tan breve período de años hay registrado un avance que fue asombroso. Basta afirmar que a partir de las dos pulperías e existentes en 1884, existían en 1890, mas de 40 negocios, entre mayores y menores.
* Publicado en el Suplemento «Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.

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