Pueblo Diamante es un sector sanrafaelino de características propias cuya historia, aunque conocida, no lo es tanto como la cantidad de figuras que desde opuestos ángulos han enriquecido su folklore.
Los oriundos del barrio deben recordar hoy a un andaluz de pelo cano y ensortijado que lucía en la oreja un clavel rojo diariamente renovado. Era propietario de un boliche sito en la esquina de la avenida Mitre y Reconquista, cuyo nombre, manuscrito sobre la puerta veían a diario quienes recostados en la pared del negocio aguardaban el colectivo que llegaba a Cuadro Nacional.
Don Gómez, un hombre más bien bajo y eternamente sonriente había nacido al comenzar este siglo en un pueblo de Almería llamado «Huercal Overa», tan blancamente «encalao» -decía- que el caserío parecía de nieve.
Constantemente era la evocación de su aldea nativa mientras distribuía vino por las mesas o preparaba enormes sandwiches de mortadela que cortaba en rodajas gruesas como un dedo.
«El vino» -razonaba- «debe beberse acompañao de alimentos, sinó cae mal», y así parecían comprenderlo los parroquianos, pues entre trago y trago -y aunque no sintieran el menor deseo de comer-, poco a poco daban cuenta de ellos.
Era bueno y simpatiquísimo el andaluz, cuyo negocio permanecía repleto desde la mañana hasta la noche. Llegaban personajes de toda índole pero nadie de mal genio, salvo uno que imponía respeto y cuyo arribo producía silencio absoluto. Se trataba del «Negro Soto», de gran físico, enérgica expresión, y capaz -según todos- de derribar una pared a puñetazos. Apenas abría la puerta y echaba una mirada en torno, don Gómez, prestamente, le llenaba un vaso que ni en sueños se atrevía a cobrarle.
Infaltable era la presencia en el boliche de un hombre muy joven, casi veinteañero, permanentemente ebrio, que solitario ante su mesa lo saludaba al «Negro» quién a su vez le sonreía. Lo conocían como «El ingeniero»; el alcohol constituía la razón de su vida, era algo disminuido mentalmente, y conmovedor resultaba el diario arribo de su anciana madre, que entre ruegos y lágrimas lo ayudaba a levantarse para llevarlo a su casa.
Una madrugada -en agosto de 1978- alguien descubrió, tapado con papeles de diario el cuerpo helado y sin vida del infortunado «Ingeniero» en un terreno baldío contiguo al bar. Debe haber sido la primera vez que el «Negro Soto» lloró amargamente, al igual que don Gómez, quién a partir de entonces trocó su carácter festivo por una melancolía que lo acompañó hasta el día en que un mal incurable determinó su muerte.
Notable fue el cambio registrado en aquel sector de Pueblo Diamante. El boliche de Mitre y Reconquista fue un pedazo de barrio que perdió gran parte de su alma. Se llamaba «Los Amigos».
* Publicado en la colección “HISTORIAS, PERSONAJES Y LEYENDAS DE SAN RAFAEL” de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.