Una de las educadoras sanrafelinas que permanecerá en el recuerdo de las generaciones de los 70 y 80 es Mónica Soto Perdigués, quien en 1992 asumiera como directora del Nivel Superior de la Escuela Normal.
A continuación, reproduciremos una entrevista que se le realizó a mediados de los 90, y que ejemplifica el sentir de una docente de real vocación.
– ¿Cuáles son los recuerdos de su niñez?
– La palabra «recuerdo» es hermosa y expresiva, especialmente cuando refiere épocas de pasado feliz, pero aún significando lo mismo, yo encuentro mayor calidez en la «evocación». ¿Podría entre la infinidad de ellas olvidar mis viajes a la finca de mi abuelo José en Rama Caída? ¿A la leche chocolatada y el exquisito pan casero que él mismo elaboraba? ¿Sería posible borrarme de la mente la alegría desbordante de corretear entre las viñas y frutales junto a mis primos? ¿Podemos creer que los viejos pasaje de la infancia se desprenden del corazón? ¿Cómo los cuentos de mi tío Guillermo cuyos argumentos me cautivaban?
– No puede ocultar el nivel de su sensibilidad.
– La sensibilidad es propensión al realce de las cosas bellas, y bello es remontar la memoria hasta mis progenitores. Mi madre era algo semejante a lo expresado por Anderssen, que decía «todos los niños tienen a su lado un ángel guardián». Ella me inculcó desde los tiernos años el significado de la educación y fue una influencia decisiva en mi futuro campo de la docencia; y si a ello le agregamos aquellas narraciones de mi padre, quien con hábil descriptiva me refería sus infinitos viajes por los mares del mundo, podrá deducirse de que modo puede haberme enriquecido el universo de la imaginación.
– ¿Su padre era marino?
– Pertenecía a la artillería naval cuya base estaba en Puerto Belgrano, Bahía Blanca. Por otra parte, y dentro de la facultad de agilizar mi capacidad y rapidez pensante. Me adiestraba en la realización de cálculos mentales… Lo perdí cuando yo tenía ocho años.
– ¿Cómo vivió su escuela primaria?
– Mire. Decirle que era mala alumna es poco. Inconstante, desprolija, sin noción alguna de hallarme en aulas de la escuela Normal, donde iría a transcurrir la totalidad de mi vida estudiantil.
– Es natural. A su edad no podían hacerse ese tipo de consideraciones.
– Por supuesto. Sólo me refiero a que era una pésima alumna.
– Reconociendo ello, ¿tenía preferencia por alguna determinada materia?
– Si. Marcada vocación por matemáticas.
– ¿Recuerda el nombre de su primera maestra?
– Se llamaba Rosa Yanzón.
– ¿Cómo fue pasando los grados primarios y los comienzos del 2º ciclo?
– Gradualmente, tomando conciencia del simbolismo docente, y con respecto a los estudios secundarios, eran evidentes mis dificultades para el aprendizaje del inglés. Mi profesora era tan exigente como circunspecta. Había nacido en el extremo norte europeo, donde el clima, cercano al glacial y de escasísimo sol, genera pobladores sensiblemente distintos a los nuestros. Pero olvidé algo que era importante: pese a lo difícil del citado idioma, palpable era comprobar que se iba operando en mi un cambio, y en tal sentido, fundamental, resultó la acción del rector de la escuela Juan Norberto Sanchez, cuyo aliento constituyó -lo reitero- un auténtico acicate para mi carrera. Aquel 10 en historia -el primero de mi vida- me hizo experimentar un sentimiento hasta entonces desconocido. Debo añadir que en 5º grado fui escolta de la bandera.
– Tengo entendido que usted en la adolescencia quiso ingresar en el mundo científico, ¿es así?
– Tuve interés en estudiar bioquímica.
– ¿Bioquímica?
– Si. Yo sabía que es una ciencia que estudia los fenómenos químicos en los seres vivos. Ello me atrajo, del mismo modo que con el paso del tiempo se esfumó.
– ¿Tuvo por entonces alguna indecisión frente a su futuro?
– No podría llamarla así. Todo, absolutamente todo giró en torno de mi superación cultural, y como le dije antes, mucho es lo que le debo a mi madre, fervorosa educadora sin título, quien deseaba que yo fuera maestra.
– Tras la experiencia acumulada durante sus años estudiantiles, ¿llegó usted a juzgar verdaderamente que el futuro de su vida estaba en la docencia?
– Enteramente. Jamás alguna convicción mía fue mayor. Por otra parte, mis notas de los últimos años eran muy buenas. Tenía -como dije- cabal consciencia de lo que constituía el ideal de mi existencia.
– ¿Cuándo comenzaron sus actividades en el profesorado?
– En 1976. Terminaron en 1980.
– ¿Profesorado en que materias?
– Fui directamente a ejercerlo en geografía y ciencias biológicas.
– ¿Educó fuera de la Ciudad de San Rafael?
– Si. En una escuela rural de La Llave.
– ¿Qué edad tenía entonces?
– Poco más que veinteañera.
– ¿Su cargo profesional empezó en 1982, verdad?
– Efectivamente.
– ¿Cuándo asumió el cargo de directora?
– En 1992. Era la funcionaria mas joven de la actividad.
– Le formularé un interrogante por completo fuera de contexto: ¿Es usted partidaria de «llevar o usar» buena ropa?
– No se si mi respuesta está igualmente fuera de contexto: Rubén Darío, el gran poeta nicaraguense, expresó sobre la mujer en quién veía el ideal mas puro del romanticismo: «La elegancia sin estridencias realza dulce y noblemente la imagen femenina».
– A buen entendedor pocas palabras, pero le hago ahora una nueva pregunta: ¿Está de acuerdo con el atuendo desprejuiciado de estos tiempos, o de la vestimenta que identifica a la mujer cuidadosa del detalle? Usa usted -por ejemplo- «blue jeans»?
– Me adapto a la época -es natural- pero continúo mi preferencia por la pollera. Tengo predilección por el clásico «traje sastre», lo cual no equivale a que para mis habituales viajes al campo lleve pantalones.
– ¿Existe fuera de lo para usted representa el magisterio y la Escuela Normal, algo que exalte sus sentimientos?
– El amor por los míos, y el que experimento por los docentes de ayer y los de hoy.
– ¿Ha quedado algo sin mencionar?
– Si. Mi amor supremo… Juliana… Mi pequeña hija de dos años y medio.
* Publicado en el suplemento «HISTORIAS, PERSONAJES y LEYENDAS de SAN RAFAEL», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.