A unos siete kilómetros del KM cero, donde finaliza la avenida Balloffet, y apenas se dobla por la ruta a Malargue, un letrero sobre la blanca construcción contigua a la estación de servicio de Y.P.F., destaca la palabra «Zipizape», vulgarmente conocida como «riña» o «trifulca».
Era ya largamente entrada la noche, e imaginando que aquel nombre se ajustaba a la realización de una nota en torno al «pintoresquismo popular», detuve el auto.
– Veremos que pasa -me dije-, tal vez encuentre allí todo aquello que años atrás le dió carácter propio a las pulperías o despacho de vino fuera de los lugares poblados.
Pero grande fue mi sorpresa una vez adentro, cuando al separarse el cortinado de una puerta apareció un hombre de mediana edad, rubio, circunspecto y formal.
– Buenas noches señor, bienvenido sea; ¿va usted a cenar? -dijo al tiempo que señalándome una mesa apartaba de ella una silla.
Agradablemente sorprendido tomé asiento.
– Sírvase señor, exclamó extendiéndome el menú, prolijamente manuscrito en una hoja forrada con celofán.
– Vine aquí -reflexionaba- a fin de juzgar de cerca el ambiente típico de los locales en donde se «toma» y «arman» grescas, y me encuentro con un sencillo restaurante limpio y ordenado, donde sobrios clientes demuestren hallarse muy a gusto. Cuando terminé de cenar aguardé la salida del último comensal pues me interesaba conversar a solas con el propietario.
– ¿Usted es sanrafaelino? -le pregunté-
– No señor, pero es como si lo fuera, pues llevo aquí muchos años. Después de la última guerra, mi padre, que checoslovaco viajó a la Argentina, y de Buenos Aires se trasladó a Bowen. Yo vine décadas atrás a San Rafael porque sabía que era una ciudad de gran futuro para mis hijos.
– ¿En que lugar de Checoslovaquia vivía su padre?
– En Bohemia, una comarca cerca de Praga la capital del estado. Solía repetir que el panorama y los fértiles campos del sur mendocino le recordaban a su tierra, inclusive el carácter de su gente.
Vivamente me impresionó la franca personalidad del hombre.
– ¿Tiene usted familia?
– Toda nacida y criada en esta región. Mis hijos han estudiado en San Rafael, y Claudio, el menor que tiene 18 años, acaba de terminar el bachillerato y será profesional. Sus hermanos han formado ya el ordenamiento de sus vidas.
Al despedirme de Halan -tal su apellido- me sentí feliz, y tras darnos un fuerte apretón de manos quedé pesando en que, buscando figuras folklóricas y motivos populares para mis notas, dí con un hombre de bien que no oculta el cariño que siente por San Rafael, del cual es un digno poblador.
Esta anécdota tuvo lugar en el mes de diciembre de 1992, hace casi 20 años (imagen ilustrativa).
* Publicado por SEMANARIO DEPARTAMENTAL en su suplemento «Historias, personajes y leyendas de San Rafael»