– Señor -le dijo el recién llegado al propietario de un café de la Av. Mitre- me llamo Julio Quiroga Lemos y pertenezco a una vieja familia sanrafaelina. Soy un hombre amante de la música, y trabajo para un diario local. Portaba una prolijamente enfundada guitarra.
– Bien -respondió el dueño- ¿qué es lo que desea usted?
Y habló el visitante con voz segura y «bien puesta»:
– Señor: en el mundo no existen periódicos sin avisos publicitarios. Ningún organismo de prensa podría editarse sino fuera por las colaboraciones comerciales que cubren los costos de imprenta.
Sorprendido ante la desenvoltura del hombre, y tras observarlo detenidamente, exclamó:
– Dígame, ¿No es usted una persona a quien llaman «zapatazo»?
– Así es. ¿Tiene eso algo de malo?
Vaciló el dueño del negocio antes de hablar:
– ¿Y cual es la razón de ese nombre?
Sonrió el recién llegado:
– Así suelen llamarme, porque después de cantar suelo dar un taconazo, como para darle mas fuerza a las creaciones del gran Carlos Gardel.
– Bueno -dijo el comerciante- tengo clientes que esperan. En definitiva, ¿en qué puedo servirlo?
– Vengo a pedirle un aviso para mi diario -y tras una pausa agregó- pero no me juzgue usted como un simple corredor publicitario. Soy un poeta. Me placen las cosas bellas.
Algo sabía el dueño del comercio en torno a las inquietudes literarias de Quiroga Lemos -o Zapatazo-, e impulsado más por quienes aguardaban ser atendidos que por las palabras del representante del diario, puso en sus manos un billete, no sin solicitarle el recibo donde constara el nombre del periódico que representaba, que aquel le entregó, tras sacar del bolsillo un talonario, donde extendió de puño y letra el importe recibido.
Cuando se retiraba del local, se escuchó la voz del parroquiano:
– Cantate uno de los gardelianos que sabés!!!
Y frente a unas veinte personas sentadas frente a las mesas del café, desenfundó el instrumento, realizó el preludio del tango «Volver» y cantó entera la canción.
Al finalizar pegó su clásico taconazo, entre el aplauso de los asistentes que le solicitaban un nuevo tango, y tras un nuevo preludio, entonó «Melodía de Arrabal», recibiendo una ovación semejante a la anterior, finalizando con su habitual golpe en el piso.
– Buenos días señores, que la pasen ustedes bien. Y dirigiéndose al dueño del café, le agradeció la colaboración que había efectuado para su diario.
* Publicado en el suplemento «Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael», publicado por SEMANARIO DEPARTAMENTAL.