Alta, levemente morena, la directora de escuela 25 de Mayo -cuyo cargo supo ejercer en la década de 1920- era la personificación del cariño y la dulzura, según recuerdan sus ex alumnos.
Suave, agradable y profundamente humana, quienes fueron alumnos de aquel prestigioso establecimiento de enseñanza no la olvidarán.
Mujer culta, sencilla, de trato cordial y propensa a la sonrisa con el vecindario de un San Rafael con calles de tierra y abundante ripio, quienes vivían en la avenida Mitre a la altura de Buenos Aires, Moreno y Saavedra la veían llegar diariamente al amplio y magnífico edificio escolar, donde apenas entraba marchando hacia la dirección, nunca dejaba de echar una mirada satisfecha a las aulas con puertas abiertas, en actitud de saludo a los adolescentes del turno de la mañana, al igual que a la tarde, durante las horas destinadas ala instrucción de chicas y pequeños.
San Rafael, que a partir de sus lejanos pioneros comenzó a transformarse hasta convertirse en Ciudad, independientemente de su extraordinario desarrollo, tuvo desde su nacimiento una característica que debe considerarse enraizada y perdurable: la naturaleza de sus pobladores, y el sentido placentero de la convivencia.
En otros capítulos referiremos a ello, y en ese aspecto debe afirmarse que la señora de Rojas fue digna representante de un ambiente.
Bondadosa, transmitiendo amor por todos los poros, conocido era en el viejo pueblo lo que ocurría cuando algún alumno afligido por juzgar injusta una nota llegaba a la dirección durante los recreos.
En tal circunstancia, la máxima autoridad del colegio le hablaba como podría hacerlo con sus propios hijos: «Ya verás, cuando te levanten la calificación, que alegría sentirás. Será una alegría semejante a la que experimentan los que comienzan a superarse».
Y tras sus palabras estimulantes, besaba al alumno, quién reconfortado el ánimo y finalizado el recreo, volvía a su clase.
* Publicado en la colección “HISTORIAS, PERSONAJES Y LEYENDAS DE SAN RAFAEL” de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.