Muchas décadas atrás, cuando despertaba el presente siglo, y era ya inminente la tan ansiada llegada del tren a San Rafael, solía recorrer los escasos comercios existentes en la Colonia Francesa, un hombre joven, bien trajeado, con lentes -aquellos clásicos sujetos a la nariz- y cuidadosamente peinado cabello negro.
Simpático y conversador, era miembro de una acreditada casa comercial de Buenos Aires, a la que representaba como vendedor viajero en las provincias de cuyo. Tal vez fue su visión de futuro, fácil de advertir en un San Rafael que se desarrollaba a ojos vista, lo que determinó su rechazo a la propuesta que le hicieron sus socios porteños.
– ¿Te gustaría ser designado comprador oficial de nuestra casa en Europa?
– Por supuesto que eso no estaría mal -respondió- ¿Pero saben? En el sur de Mendoza está formándose una población cuya importancia y porvenir es más que fácil advertir. Es una tierra en plena producción, un suelo floreciente que de a poco me ha ido cautivando, y cada vez más creo que será mi definitivo asentamiento.
Y así ocurrió. Aquel joven, decidió finalmente instalar una casa del comercio en la entonces cabecera departamental 25 de Mayo, que fue el mayor en su especialidad existente en el pueblo.
Mientras tanto, la vecina colonia continuaba creciendo, y su vocación empresaria unida al dinero que aún no siendo una fortuna, alcanzaba para adquirir un campo de nueve mil hectáreas denominado «Las juntas», determinó que a partir de entonces, asociándose con los vecinos don Máximo González y el acreditado señor Barrutt, fructificaran sus bien planeados trabajos, siendo por entonces -1903- cuando el arribo del ferrocarril, constituyó la definitiva puesta en marcha de su gestión comercial.
Sin descuidar la atención de su negocio en Veinticinco de Mayo, ahora compartiendo con sus socios, decidieron trasladarse a la Colonia, y levantaron un amplio edificio en el terreno que ocupa actualmente la casa Galver.
No hubo diferencias reales con los otros dueños del comercio, y así fue como tras cambiar opiniones decidió regresar a Buenos Aires.
Pero el futuro, estaba sin embargo marcado a fuego en su alma, y cuando circunstancialmente realizó un viaje a la Colonia -interiormente no olvidaba-, se produjo un casual encuentro con Rodolfo Iselín, y convinieron, tras prolongadas consideraciones, la venta de la esquina de Av. Mitre (hoy Yrigoyen) y Comandante Salas, donde Ignacio Sueta construyó un edificio comercial que constituyó una de las casas mas completas y mejor surtidas del medio, a tal punto, que en escaso tiempo alcanzó una actividad y volumen de ventas realmente extraordinario.
Notable era la evolución comercial del recientemente instalado negocio, y su dinamismo (el de don Ignacio) lo condujo a concretar un viejo anhelo: El de la vitivinicultura. Cultivó los viñedos «San Ignacio» y «Villa Sarita»… nombre de su esposa Sara García, natural de la provincia de Buenos Aires- y un tercer establecimiento al que impuso el nombre «La Isabel», todos ellos situados en Cuadro Nacional, zona en donde levantó su residencia particular.
De esa manera, la figura de don Ignacio a la par que querida, era respetada en San Rafael. Asiduo concurrente a reuniones sociales, hombre de calidad, y pródigo en ayuda a instituciones locales, legó finalmente en sus hijos la conducción de bienes, que el progenitor había manejado con gran sentido y mesura.
Con el transcurso del tiempo y el cambio de las épocas, tras su fallecimiento, faltando el guía, las cosas fueron paulatinamente cambiando. Y el destino de la famosa y acreditada casa Sueta, corrió la misma suerte que algunos de los grandes negocios sanrafaelinos de antaño, de cuya existencia tan solo queda el recuerdo.
* Publicado en el suplemento “Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael”, de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.