Los Incas y Araucanos daban al «Dios de Arriba» la figura de un gigantesco monstruo con un enorme ojo en la frente, que aparecía a espaldas de El Sosneado, y como si fuera un colosal reflector, enviaba hacia todas las tribus guerreras que combatían un poderoso haz de luz que cubría todo el sur, de lo que con los siglos se denominó territorio de San Rafael.
Durante largo tiempo, mientras los indios luchaban, alumbraba el infernal espectáculo de la guerra, y luego, cuando ya los enemigos se habían aniquilado dejaba de brillar, y se escuchaba una voz ronca y potente: «Que ésta sea la última guerra fratricida. Os ordeno que vivais en paz».
Dicen que «El Nevado», a raíz de la angustia y sufrimiento que le causaba el terrible espectáculo de
contemplar la muerte de las criaturas de las montañas y valles, comenzó a envejecer, y repentinamente su abundante y grisácea cabellera se tornó blanca.
Con el corazón destrozado, lloró tanto, y tan lastimero fue su dolor que sus lágrimas se esparcieron por la tierra local, y su desconsolado infortunio, provocador de diluvios de lluvia, lo repiten hasta hoy, los ríos y los arroyos de la región.
Y quisieron los hados misteriosos que todos los ríos y las vertientes del sur de la actual provincia de Mendoza, como asimismo las grandes lagunas existentes, mantuvieron, una singular afinidad sentimental, en perfecta concordancia con las palabras tristes de «El Nevado», cuya ancianidad les provocaba un silencio, dentro del cual parecían hermanarse tanto el respeto como el temor a catástrofes desconocidas.
Aquél espectáculo, aquél llanto vertido por El Nevado, juzgado un dios todopoderoso a quién lo llevó la tristeza, guarda misteriosa relación con las denominaciones de las grandes corrientes de agua existentes en nuestro sureño territorio: «Río Atuel», equivale a decir «Río de los lamentos»… Arroyo «Tujhuar» es «Arroyo del pesar»… «Vuca Trequén», «Gran Cenizal»… «Tropoleco», «Agua del «Gritadero de las almas»… «Río Diamante»-aparentemente el mas nuevo- «Sol que antes fue borrasca», etc.
Imposible por su extensión, sería continuar traduciendo la toponimia Pehuenche de la Región en que hoy viven los pobladores de la enorme tierra del departamento de San Rafael.
Muchos son los contactos con la leyenda referida, cuya moraleja y curiosa orientación social, podríamos afirmar -sin reflexionarlo demasiado- con la rigurosa vida de nuestros tiempos.
* Publicado en el suplemento «Historias, personajes y leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.