En la zona donde hoy existe la Villa «El Sosneado», a unas treinta leguas hacia el oeste del gran territorio del aún no fundado San Rafael del Diamante, vivía con su madre una muchacha india, desobediente y de mal carácter, llamada Elcha Yancatú.
Cierto día, su madre, una araucana tan bondadosa, como rebelde era su hija, le pidió que trajera agua de la vecina «Laguna Querida», cosa que disgustó a la joven, quién, a regañadientes, y con un cántaro en la cabeza, marchó hasta las cristalinas aguas, donde vió nítidamente reflejado su rostro, que a pesar de ser hermoso, ella lo juzgó de horrible.
Maldijo su suerte, y presa de furia arrojó con violencia el recipiente sobre las piedras del lago.
Tomó asiento, y pensativa comenzó a reflexionar: «Mi madre es buena, y yo no lo soy. He sido injusta con ella, estoy arrepentida, y no me atrevo a volver al rancho sin el agua y sin el cántaro» -prosiguió-, al tiempo que miraba el azul del cielo, bajando de a ratos la cabeza para mirar la vasija destrozada.
De pronto escuchó el ruido de pasos tras suyo, y alarmada volvióse: Un indio de gran estatura con los brazos cruzados se detuvo, y exclamó con voz enérgica:
– ¿Por qué has hecho eso?
Ella no supo que decir-
– ¿Qué edad tienes?
– Quince años.
– ¿Estás arrepentida por tu mala acción?
La joven no habló, aunque hizo un movimiento afirmativo.
– Tu bien sabes que nuestra raza no perdona. Y muy especialmente cuando no se cumple con un deber familiar.
– ¿Qué puedo hacer, exclamó Elcha Yancatú.
– Invoca a Inti (Dios).
– Lo haré -dijo la niña-, y levantando ambos brazos pronunció algunas palabras que repitió a continuación.
Pero era tarde, e Inti, a su vez, era también inflexible. Y desde entonces empezó la leyenda. Una de las primeras que con el correr del tiempo se conoció, en tiempos de fundación del Fortín, muy lejos de la actual Villa «El Sosneado», allá por el año 1805.
No la perdonó Inti, y al tiempo la joven que miraba suplicante al araucano, aguardando salvarse, sintió que estaba inmovilizándose.
Y allí quedó, sentada y convertida en piedra hasta el término de su existencia, para que las sucesivas generaciones vieran como se castiga la desobediencia y el mal carácter.
* Publicado en el suplemento «Historia, Personajes y Leyendas de San Rafael», editado por SEMANARIO DEPARTAMENTAL.