¡Los Pozos de las Animas!*

Pozo
– ¡Cuidado amigo! ¡Cuidado!!!, dijo con todo lo que le alcanzaba la voz, don Francisco de Amigorena comandante general de la provincia de cuyo -al ver que un viejo puestero de la zona llamado «Pancho Sabio» descendía por un lugar cuando se estaba desmoronando una barranca-.
Corría el año 1770, y una sensación de temor angustioso se apoderó de la numerosa partida de milicianos que acompañaban al valeroso don Francisco, a quién-según decían, quería mucho la indiada de la región.
Alcanzó a salvarse «Don Pancho», pero de pronto aparecieron muy abajo y a lo lejos, dos enormes pozos de agua verde y cristalina que parecían, en su perfecta redondez, las órbitas de un monstruo, que asomaban al terminar las laderas montañosas cuyas cimas cubrían las nieves.
Retrocedieron todos.
– ¡Es cierto! Es cierto!, -exclamó uno de los milicianos-
– ¡Éste es el «Gritadero de las almas»! -y agregó- Habíamos oído hablar de él, pero nunca comprobamos y visto desde tan cerca!!- Lo llaman- continuó- «Los pozos de las ánimas»!
Mientras tanto, el bizarro y noble coronel Amigorena, al tiempo que contemplaba el imponente espectáculo, realmente impresionante, parecía hablar consigo mismo: «Es verdad entonces… esta leyenda, que viene de siglos atrás!!!
Dicha leyenda sólo la sabían los pobladores que, diseminados sus ranchos por la región, y apenas se conocían, vieron que luego de un formidable estruendo que hizo temblar la cordillera, se levantó un gran remolino, y aparecieron los dos pozos.
Dicen que un anciano ya centenario, próximo a la muerte, se arrimó a la orilla, sumergió sus piernas un rato en las aguas heladas, y todos los males que sentía desaparecieron como por encanto.
También las viejas, de la zona de los Molles, que entre los diez o quince puesteros, eran frecuentes los rezos nocturnos, y también llegaban a rezar las almas de las montañas… para aplacar los aullidos y sollozos de los volcanes arrepentidos de tanto pelear entre ellos y causar daños con sus bramidos y cenizas. «Las montañas lloran tanto, y sus lágrimas han llegado tan profundo que los pozos no se les conoce el fondo» -afirmaban-
Y agregan también que allá por los años del 1800, habiendo muerto el heroico coronel Francisco de Amigorena, el comandante don Saturnino Torres, un valiente defensor sanrafaelino, solía recitar unos versos en torno a que solamente en un lugar del mundo, llamado San Rafael, pueden existir cosas tan misteriosas y tan llenas de sugestión.
 (PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO “HISTORIAS, PERSONAJES Y LEYENDAS DE SAN RAFAEL” de SEMANARIO DEPARTAMENTAL).

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