Cualquier persona que esté viajando por la ruta nacional 144, que une los departamentos San Rafael y Malargüe, al llegar al kilómetro 744 se sorprenderá con la inmensidad de lo que a simple vista parece una enorme laguna, pero que no es otra cosa que una mina de sal a cielo abierto: las Salinas del Diamante (en el distrito El Nihuil).
Desde el pasado 6 de enero, la empresa que realiza la explotación comercial del lugar decidió abrir el ingreso al lugar por primera vez en 129 años de funcionamiento. Gonzalo Alias, gerente comercial de la compañía explica las razones de la decisión: “Preparamos algo para los visitantes, porque siempre ingresaba gente cuando encontraba la tranquera abierta”.
Es que la imagen que se observa desde la ruta es impactante. Por eso, la familia Remaggi-Maturana, dueños del lugar desde 1886, decidió armar un pequeño museo de la sal, con datos históricos del lugar y sales provenientes de distintas salinas del mundo.
Si bien antes las personas podían llegar a orillas de la salina, no encontraban ningún tipo de información, debido a que nadie tenía “tiempo para ponerse a explicar todo persona por persona”. Así, el museo cuenta hoy con banners que narran la historia del sitio y cómo impulsó la economía de la zona.
Según reconoce Alias, desde la Dirección de Turismo de San Rafael y el Museo de Ciencias Naturales de ese departamento les recomendaron generar una pequeña infraestructura para recibir a lugareños y turistas atraídos por la llamativa postal.
Después de decidir que el verano era la mejor época para abrir el museo, pusieron manos a la obra para armar todo. La expectativa era incierta porque no sabían cómo iba a ser la reacción de la gente debido a que no le dieron difusión masiva.
La respuesta fue positiva, ya que por día ha ingresado un promedio de 40 vehículos. Calculando tres personas por coche, desde su apertura estiman haber recibido a más de 3.700 personas.
A partir del éxito obtenido, Alias explica que tiene previsto “agrandar la infraestructura”. De hecho, a lo largo de enero han recibido más sales provenientes de otras salinas del mundo y vitrinas para lucirlas.
Si bien es muy pronto para hacer planes a largo plazo, ya hay personas interesadas en ser parte de proyectos que enriquecerían la explotación turística del sitio.
“Queremos terminar de remodelar y refaccionar una capilla que será destinada a la Virgen de Schoenstatt, que es la protectora del valle”, manifiesta el representante comercial y cuenta que antes existía una ermita, pero se prendió fuego.
Además, está el proyecto de realizar astroturismo “ya que la salina ayuda a lograr mejores visualizaciones”. También está la idea de realizar viajes en globo aerostático sobre el lugar.
Entre las propuestas actuales también está la posibilidad de adquirir sales saborizadas con hierbas de la zona, con limón y tomillo o con especias tradicionales. Asimismo, para quienes gustan de los baños de inmersión, hay sales para baños termales. Los precios rondan entre 50 y 70 pesos, dependiendo del tamaño de los recipientes.
CAMINAR SOBRE SAL
La entrada a las salinas tiene un costo de $50 por auto, más allá de la cantidad de personas que viajen en él. Dentro del museo se encuentra personal de la empresa dispuesto a explicar detalles relacionados a qué es la sal y cómo es el proceso de extracción del mineral. Además, están predispuestos a aclarar cualquier duda que tenga el visitante.
El momento más impactante de la visita es cuando se procede a caminar sobre la enorme salina, que tiene una extensión de 2.500 hectáreas. Una verdadera laguna de sal.
Paso tras paso, se siente bajo los pies una extraña sensación ya que la dureza de la sal se mezcla con el agua propia del lugar, dejando huellas de calzado a lo largo del recorrido que lucen más oscuras que el resto del terreno.
Si se tiene suerte de llegar un día nublado, no habrá tanto resplandor. Lo ideal es asistir con lentes de sol que protejan la vista para poder recorrer mejor la salina y llegar a sitios donde el proceso de evaporación del agua ya está avanzado y la sal se ve más blanca.
Al ser un sitio a cielo abierto, se pueden observar pequeños insectos que quedan adheridos a la sal en bruto. Lo imponente del lugar emociona y es inevitable preguntarse cómo se formó algo así. “Cuando se formó la Cordillera de los Andes quedó un ojo de mar en medio de los cerros. El agua se fue absorbiendo a lo largo de millones de años”, explica Alias.
Hoy, el proceso es inverso: el agua sale a la superficie y se evapora, lo que genera que la sal que contiene se vaya secando en contacto con el aire y el sol. El mineral, una vez extraído, pasa por un proceso industrial que la deja apta para el consumo humano.
A pesar de la inmensidad del lugar, la empresa ha colocado pequeños tocones que señalan hasta dónde se puede caminar para evitar accidentes. Apenas se cruza la tranquera llama la atención una colina de sal que se encuentra al costado de la laguna, a la derecha del camino. La misma está formada por sal que ya ha sido extraída y cualquier visitante puede aproximarse y tocar.
Tanto en el ingreso al museo como en las inmediaciones de la salina hay antiguas maquinarias que se utilizaron para extraer el mineral cuya explotación, como bien explica el gerente comercial, “es inagotable”.
Quienes quieran conocer el sitio tendrán tiempo hasta fines de febrero. De todas maneras, Alias adelantó que prevén abrir las puertas nuevamente “los fines de semana largos, para Semana Santa y las vacaciones de invierno”.
SU HISTORIA
Las salinas, denominadas antiguamente “Del Diamante” por su ubicación geográfica, formaban parte del territorio otorgado a los pehuenches por el general Rufino Ortega, quien tenía a su cargo el fortín de la Villa 25 de Mayo y la responsabilidad de negociar con los habitantes originarios para lograr la paz en la zona. Todo esto, luego de la Conquista del Desierto del general Julio Argentino Roca, a fines del siglo XIX.
El cura Manuel Marco, capellán del fuerte, tuvo contacto con los caciques de las tribus de la zona y terminó entablando amistad con el cacique Juan Goico, quien tenía en su territorio las salinas. Los pehuenches utilizaban el mineral como mercadería de trueque.
Posteriormente, el cacique vendió las salinas a Marco. La escritura se firmó en la ciudad de Mendoza en 1886, entregando en ese acto la posesión y el uso de las salinas. Fue don Luis Remaggi, casado con doña Rosita Maturana, quien realizó la explotación comercial del lugar.
Remaggi buscó mejorar los caminos existentes al lugar y logró lo que con el correr de los años sería la ruta nacional 144. Asimismo, sus constantes peticiones llevaron a la construcción del ramal ferroviario que va desde la Estación Pedro Vargas hasta Malargüe. “Inclusive, se instaló una estación en el costado del lugar que se llamó Salinas del Diamante”, detalla Alias.
La sal se vendió en Mendoza, San Juan, La Rioja y Capital Federal. Es más, llegó a exportarse a Paraguay a través de lanchones que viajaban desde Santa Fe.
Finalmente, Remaggi se asoció con Arturo Santoni. Concluido el contrato se formó la SA Salinas del Diamante, cuyos principales socios eran Luis Remaggi Maturana y su hermano, Horacio Remaggi Maturana. El primero explotó el lugar durante casi 40 años, siendo ésta la época de mayor esplendor de las salinas (Fuente nota: Diario Los Andes).