Días atrás periodistas de HOY SAN RAFAEL decidimos ir a El Nihuil a dar una vuelta.
Llegamos a la costa, del lado del pueblo; nos bajamos del vehículo, caminamos unos metros y decidimos marcharnos. Nos echó la mugre que había en la playa, producto de la desidia de propios y extraños del distrito que visitan el lago y tiran basura, como si el espejo de agua se tratara de un tacho de basura gigante.
Además, la altura de los yuyos nos recordaba la selva del Amazonas.
Que mejor que olvidar el mal rato tomando un rico café, ya que la tarde estaba fresca.
Fue así que nos dirigimos al Hotel Smata, inaugurado hace un par de años con bombos y platillos.
Pedimos un par de tazas de café, pero la respuesta del mozo fue: «No tenemos».
– ¿Cómo que no tienen café?, preguntamos.
– Es que se rompió la máquina, y nunca la mandaron a arreglar, contestó el mozo.
– Bueno, traenos unas gaseosas con hielo.
– El hielo se los voy a deber, no hay.
– No hay café, no hay hielo; ¿qué clase de hotel es este?
Se metió en la conversación otro empleado del complejo, quien nos aclaró:
– Estamos indignados con la mala administración del hotel; y nos da verguenza explicarle a los turistas que no tenemos la mitad de las cosas.
Nada nos extrañó de lo vivido en dicho hotel, ya que en otra oportunidad quisimos quedarnos pero no nos aceptaban tarjeta de crédito, ni nos daban factura por el pago en efectivo porque, alegaban, el edificio pertenece a un gremio (?).
De ahí partimos al Club de Pescadores, con el objeto de alquilar una casita y quedarnos una noche.
Pero salimos espantados, puesto que no solo nos cobraban el día por persona si nos quedábamos en una casa, sino que debíamos pagar la estadia aparte.
No perdimos más tiempo, nos volvimos a San Rafael.
Ya en la ruta (cuando logramos tener señal) miramos el radar, y vimos que una tormenta se aproximaba, por lo que recordamos los refugios antigranizo que están al costado de la arteria, tanto en El Desvio como a metros de la Cuesta de los Terneros.
Nos íbamos a cobijar allí mientras pasaban las nubes negras, pero debimos «meterle pata» a nuestra Ciudad, pues dichos refugios no contaban con tela; la que se fue rompiendo, o se la robaron.
En fin, El Nihuil como destino nos terminó resultando un chasco.