El «Pititorra» y el Club Quiroga

Pititorra
Vivía décadas atrás, alejado del centro sanrafaelino, un hombre de mediana edad y reducida estatura, mucho más conocido por el apodo de «Pititorra» que por su nombre o apellido verdaderos.
Aquel sobrenombre se debía a que era tan pequeño cuando nació, que hasta la propia «comadrona» exclamó apenas estuvo fuera del vientre materno: «Esta criatura parece una Pititorra«, en alusión al diminuto pájaro, menor que un gorrión, cuyo género pareciera comenzar hoy a extinguirse.
Había infinidad de aquellos minúsculos volátiles en el sur mendocino, y según los pobladores cercanos a los cerros, procedían de lugares altos de la región. No eran dañinos; y en sus cortos y rápidos desplazamientos lanzaban chillidos apenas audibles abriendo su alargado «piquito» de un marrón algo más claro que el de su plumaje.
El caso fue que el muchachito fue creciendo en edad, pero muy poco en tamaño, y a la modesta vivienda donde vivía con los suyos llegaba con frecuencia un amigo de la familia (o pariente) cuyo trabajo de vendedor ambulante fue, de a poco, interesándole al niño, quién tras quedar atrás la adolescencia y obtener la Libreta de Enrolamiento, se libró mas tarde del servicio militar debido a que (no hay constancia de ello) su estatura no alcanzaba la mínima reglamentaria.
– ¿Te gustaría jugar en nuestro equipo? -le dijo un día en su propio domicilio, un dirigente del «Sport Club Quiroga quién necesitaba un delantero ágil y veloz para su equipo.
– Mire, usted me ofrece un puesto que me viene al dedo, y desde ya le digo que sí. Aunque soy petiso le gano carreras a todos los muchachos del barrio… pateo fuerte y soy un gran «centreador», contestó el Pititorras.
– Trato hecho entonces, dijo el dirigente.
– ¿Cuándo debuto?
– El domingo, que jugamos un amistoso con Huracán.
Alegre, Pititorra le anunció la novedad a los suyos y al gran número de sus amigos de San Rafael.
– ¿Y vas a dejar el canto y la guitarra?, le preguntaron.
– No, por nada del mundo; además pocos son los que cantan mejor que yo. No lo envidio a «don Hilario» ni al mismo Gardel.
– ¿Lo escuchaste cantar al negro Soto? -también le preguntaron.
– Bueno… me olvidaba de él. Reconozco que, aunque apenas sabe tocar la guitarra, entona lindo y tiene gran sentimiento. Será todo lo que ustedes quieran, le gustará el «trago» y será peleador, pero no es mala persona…
– ¿Bueno, así que al final vas a jugar para El Quiroga?
– Hoy es martes. Mañana me traen la camiseta, los pantalones, los botines y las medias.
Finalmente, el inolvidable personaje y añadió para terminar el diálogo:
– Bueno, muchachos, me voy a la secretaría del club, para saber bien como es la cosa.

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