Históricas: Educadoras sanrafaelinas… María Dolores Henriquez de Bustos

Foto ilustrativa
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No tenían los niños alcance para juzgar las cualidades íntimas, o la vida interior de la señora de Bustos, regente de un gran establecimiento educativo de San Rafael.
Ignoraban que muy por encima de su cotidiana labor docente, se ocultaba una pasión literaria donde la filosofía, la reflexión y el amor por la composición poética -especialmente la que canta la vida pastoril- anidaban en su espíritu.
Sus obras -que no fueron muchas fuera de su libro Meditaciones-, exaltaban el heroísmo, el temple, la perseverancia, el temple, el amor y las diversas manifestaciones del arte.
Maestra, dentro del mayor grado jerárquico de la profesión, y poetisa de alma, se deleitaba ante la repetición de sonidos armónicos que conocemos con el nombre de cadencias, y enlazaba el noble quehacer del magisterio con el ideal sentimental de la belleza.
Solía repetir aquello de que no es solamente poesía componer versos, sino lo que es también educar para el bien y el futuro de los infantes que mañana serán hombres.
María Dolores Henriquez de Bustos era la imagen clásica de las distinguidas damas de antaño. Su cabello peinado hacia atrás, su apariencia de madre de familia ilustre y virtuosa, el sonoro timbre de una voz de nítida dicción, y sus ojos que observaban y parecían soñar, se ajustaban a las estéticas ensoñaciones de la mente, forjadora y creadora de páginas líricas hechas de pensamientos hondos, todos ellos encaminados ala exaltación de la enseñanza moral.
Es esta la evocación breve de una mujer que en iguales niveles fue amante de la ciencia, y simbolismo claro de la ética contenida en la formación de la infancia y adolescencia, en cuyo ejercicio realizó un verdadero apostolado.

EL TEMPLE Y LA SENSIBILIDAD
Dijimos en algunas de estas notas que los viejos recuerdos de la niñez, borrosos por la bruma del tiempo, perduran, porque viven muy hondo en el corazón.
La evoca el pueblo. No solo por su condición de educadora sino por su espíritu consagrado a estampar sentimientos filiales, normas de conducta, e inculcar en sus alumnos el valor de la amistad y el significado del hogar y la familia.
María Dolores Henriquez de Bustos conserva un sitial de amor y reconocimiento en una población que le entregó sus hijos para ser formados moral e intelectualmente. Largos años han transcurrido desde entonces. Desde la época de aquellos inolvidables corsos donde el vecindario en pleno se volcaba en la avenida Mitre con palcos emplazados a lo largo de varias cuadras, y chicos y grandes arrojaban flores, serpentinas y papel picado que intercambiaban con quienes en adornadas carrozas, en auto, o a pie, desfilaban entre mascaritas y comparsas durante interminables viajes de ida y vuelta por ambos flancos de la calle.
Ello fue vivido por una generación docente que modeló una niñez. La señora de Bustos, arquetipo de la mujer de temple, de gran estampa y exquisita sensibilidad les transmitía a los niños el real sentido de la educación y la belleza. Era regente de la Escuela Normal, y poseedora de un carisma que se reflejaba tan solo viéndola marchar por el patio del establecimiento, con las manos entrelazadas en la espalda.
El verso de Luis Ricardo Casnati, el gran poeta sanrafaelino que en su infancia la miraba desde su pequeñez, la refleja con calidez: «Una flor permanente deshojaba/pétalos de la eternidad/mientras cuidaba grave y dulcemente/el mapamundi de su palomar».

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