Históricas: La batalla del Capitán Montoya contra los indios*

Fuerte
Aquel largo centenar de hombres que permanecía en el interior del fortín, casi al tiempo que el clarín lanzaba su voz aguda y penetrante, a toda carrera, atropellándose entre sí, buscaba sus armas a fin de resistir y contrarrestar el ataque.
La claridad del alba permitía ver el campo blanco de escarcha, y junto a una fogata, el guardia a duras penas lograba mantener parado el fusil de chispa cuyo caño parecía de hielo, y fue entonces cuando tras la clarinada, a todo lo que le permitía la voz, gritó repetidas veces: «¡Los indios, los indios están encima nuestro!!!
El vocerío salvaje era infernal, y dentro de la fortaleza, mientras los soldados buscaban posiciones, las mujeres se prestaban a la lucha mientras los niños se abrazaban a ellas.
Imposible era calcular el número de indígenas que en doble fila, en uno y otro sentido, giraban en derredor de la fortaleza. Atrás, en campo abierto habían quedado chozas devastadas con pobladores sin vida, y los salvajes con los brazos exhibiendo como trofeos la rapiña, en tanto que las tropas disparaban sobre las hordas. Fue entonces cuando el oficial Montoya observó que un capitanejo desertor, dirigía las maniobras enemigas, y sin perder un segundo se adelantó hacia los atacantes, y traspasó de un lanzazo al organizador del malón quién era nada menos que el famoso bandido Cáceres, en tanto que la indiada, sin su jefe mayor, huía a la desbandaba, y luego de atravesar el río se detuvo a fin de organizar una segunda incursión.
A todo eso, desde la otra orilla incitaban en abierto desafío al regimiento 1º de línea, en cuyas circunstancias el coronel Segovia, al frente de los suyos, advirtió a Barros, otro capitanejo desertor de gran predicamento entre los salvajes, quién desde la ribera opuesta adelantó a sus subordinados y exclamó a voz en cuello: ¡Que salga ese famoso capitán Montoya!!!
El citado oficial, cuyo arrojo era incomparable, montó en su alazán, transpuso el río, marchó al encuentro de su desafiante y en una lucha semejante a un cuerpo a cuerpo de caballo a caballo, hundió su lanza en la garganta del rival, tras lo cual, tan modesto como sereno, regresó a paso lento por la corriente, solicitándole permiso a su jefe para reintegrarse a las filas, sin mirar atrás para ver como los indios, en nuevo desbande, y sin sus caudillos, velozmente se perdían entres las lomadas.
* Publicado en el suplemento «Historias, Personajes y Leyendas de San Rafael», de SEMANARIO DEPARTAMENTAL.

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